lunes, 9 de abril de 2012

CUENTO

El Solo

En cierta ocasión en medio de una reunión conocí a un tipo que me resultaba bastante familiar, había algo en su rostro que me parecía conocido, también en su voz. Al comienzo traté de no darle demasiada importancia, pero como ustedes saben, cuando no se pueden resolver ciertas cosas entonces te obsesionas con el tema y pasé un par de horas tratando de recordar quién era ese tipo y dónde lo había visto, hasta que por fin busqué una estrategia para sondearlo y averiguar de dónde había salido. Fui franco y directo.

Usted me es cara conocida le dije . Sonrío un instante y luego comenzó a hablar, lo primero que hizo fue preguntarme si yo veía las noticias.

¡Por supuesto!

Entonces todo está claro. Sentenció.

Para mí no, no eres precisamente Larry King.

Es cierto, pero esa es la respuesta.

Bien, lo que pasó fue lo siguiente. Él trabajaba en cierto canal de tevé y era el tipo que leía las noticias en horario estelar y todo eso, además era la estrella del canal por así decirlo ya que todo el mundo se recuerda del que lee las noticias, todos lo respetan, creen se trata de alguien serio y que sabe lo que está diciendo, aunque puede que no sea así. Como todos los días llegaba a trabajar, pasaba por la portería, saludaba al guardia, al que no quería mucho porque como se sabe, los guardias se hacen siempre los simpáticos y el día menos pensado te caen encima para pedirte el carné de identidad; aunque te vean todos los días siempre salen con algo así. Luego continuando con su camino saludaba a la gente que estaba en los pasillos, después a la maquilladora (era gorda y fea, pero simpática), ella hacía su trabajo y el luego entraba al estudio, saludaba al director, también a los camarógrafos (eran dos), al que hacia la caña y se sentaba tras el escritorio, miraba seria y fijamente a la cámara, le daban la señal y el comenzaba.

Buenas noches... bla, bla, bla, etc. Todos los días era lo mismo saludar, saludar; saludar y sentarse a leer, había llegado incluso a contabilizar cuántos saludos eran, en qué lugares y a quienes se los daba, incluso mentalmente iba recitando su trayectoria hasta llegar a su escritorio de utilería. En realidad todo allí era utilería, hasta él mismo: lo de la corbata y el traje era sólo de la cintura para arriba, las prendas esas las tenía guardadas en un casillero ya que por lo general andaba de común y corriente. Hasta ahí, lo que me estaba diciendo no me parecía gran cosa, siempre imaginé que los canales funcionaban de esa forma, pero siguió hablando, diciendo que un buen día algo no le cuadraba en su ruta habitual, o le faltaba gente o le sobraba saludo, quien sabe, hasta que un día se dio cuenta: ¡Era la gente la de los pasillos! Esos eran los menos importantes, lo que faltaba era eso, no había mucho que averiguar, sencillamente los habían despedido, de todas maneras era una mala señal, si largaron a los que les pagaban poco, ¿por qué no podían despedir a los que les pagaban más? Los días siguieron pasando y en una ocasión, al pasar por fuera de la oficina de un gerente, se percató no solamente que faltaba el gerente, la oficina estaba limpia, vacía, también lo habían cortado ¡Esa sí era pésima señal! Había que manejarse con cuidado y mejor ni hablar, salvo para leer las noticias, “los días se hicieron semanas y las semanas se hicieron meses”, las hojas del calendario caían o algún hijo de su reverenda madre las sacaba, daba igual.

Junto con el pasar del tiempo las personas iban desapareciendo, sin dejar rastros de sí, hasta el pesado del guardia había desaparecido, sólo quedaban unos pocos, los suficientes para hacer andar programas, pero también cayeron. Una tarde al llegar al estudio faltaba el tipo que hacia la caña, ahora la hacía uno de los camarógrafos, a la semana siguiente, la caña la hacía el director, luego sólo había una instalación que la mantenía colgada lo suficientemente cerca para que no saliera el micrófono en pantalla. Lo curioso, reitero, lo curioso, es que las personas simplemente desaparecían, nadie decía nada, no se despedían siquiera. Hasta que cierto día llegó el momento en que este tipo del que les hablo, deambulaba solo por el canal, todo estaba desierto, no había nadie, en la entrada del canal estaban tiradas centenares de cuentas y cobranzas, el viento ululaba en los pasillos, las ventanas tenían los vidrios rotos, el patio estaba lleno de hojas secas que denunciaban el abandono y la ausencia, pero lo increíble de esta historia, es que este tipo del que les hablo, jamás faltó a su trabajo. Al principio de todo el embrollo, cuando no llegó nunca más la maquilladora... bueno se maquilló el mismo, después comenzó a asumir las tareas de los que iban desapareciendo, finalmente terminó haciéndolo todo él; se maquillaba, hacía las luces, se encargaba del audio, de la cámara, todo, lo hacía absolutamente todo, incluido el aseo de los baños. Cuando terminó de contarme su historia sólo pude guardar silencio, recuerdo haber hecho el amago de decir algo, pero preferí quedarme callado y él sonrío al ver mi gesto, luego dio media vuelta y se fue. Lo que quise preguntar y que no me atreví a decir fue, si en algún momento se dio cuenta de que no solamente estaba solo y lo hacía todo, sino que también tuvo el poder de hacer lo que quisiera, de transmitir cualquier cosa, incluso una buena noticia.

Joseluis Mellado

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